Komsomol
KOMSOMOL
“¡Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper!”, suenan las consignas aún en sus oídos, cuando el avión cruza la cordillera de regreso a su país.
Moti
Moti estrena sus cuarenta años y casi veintiocho de militancia comunista viajando a la asunción de Salvador Allende como presidente de Chile en noviembre de 1970. Es una delegación pequeña de mujeres argentinas que viajan disfrazadas de turistas ya que en Argentina reina la dictadura militar de Roberto Levingston, un general que venía de ser agregado militar en la embajada argentina en Washington, al que sus críticos llaman Jeep: “Yanqui, cuadrado y fácilmente manejable”.
El Chile de banderas rojas y juventudes políticas que marchan festejando su alegría contrasta con el ambiente de tensión de su país y la envuelve al instante. En pocos minutos es una más siguiendo a un grupo que manifiesta o participa de un animado debate en una esquina cualquiera.
El clima contrasta con la Argentina de rebeliones callejeras y represión policial. La dictadura argentina viene de sufrir la primer derrota fenomenal con el Cordobazo y un vecino con gobierno popular enciende los corazones.
La agenda incluye una visita al Palacio de la Moneda antes de regresar a Argentina y será el momento para entregar una carta que lleva para el flamante presidente.
El escritor
El escritor pasea su larga figura por la ciudad enfervorizada, gestos de simpatía acompañan su paseo, su obra es conocida, conocida su solidaridad con los movimientos de rebeldía del continente, aunque muchos le reprochan su distancia, su exilio parisino, su tribuna intelectual para alzar o bajar el pulgar a los sucesos.
Lo imposible, lo utópico, lo casi irrealizable, lo mágico se dan cita en una calle cualquiera de Santiago de Chile y en todo el angosto balcón sobre el Pacífico cuando las masas populares, unidas por un programa común vencen a la derecha conservadora y asumen el poder democrático.
Es que el socialismo es cosa de armas y de intentos fallidos, los intentos de reforma agraria han costado sangre al continente, recuperar los bienes para la sociedad es la semilla del mal que el poder continental norteamericano combate a capa y espada en la legalidad o fuera de ella, y la experiencia chilena es el espaldarazo que el continente revuelto necesita para mantener la esperanza.
Dos argentinos en una ciudad encendida por la pasión política pueden parecer dos agujas en un pajar, pero algunos lugares comunes organizados por el protocolo acercan las casualidades y las transformarán en fatalidades.
Moti ahora conversa en un hotel tomado por delegaciones extranjeras con una Babel de mujeres que en español con acento, en idiomas varios o con señas si no hay remedio se presentan e intentan contar sus experiencias. Las soviéticas y las cubanas son las favoritas del comunismo irreductible de Moti que para su alegría descubre que las rusas hablan un español perfecto y las charlas políticas derivan en los relatos de sus vidas, familias y cotidianeidades. Moti representa a la Unión de Mujeres Argentinas (UMA) un movimiento de unidad de partidos políticos que lucha por las reivindicaciones de género.
Las soviéticas traen además de su patria el festejo por el centenario del nacimiento de Lenin, el artífice de los diez días que conmovieron al mundo, el gestor de los consejos de los soviets obreros y campesinos. En 1970 se gestan ideales del socialismo por medio de las urnas en una sociedad burguesa.
El escritor mientras tanto es entrevistado por los medios, su figura levemente desaliñada contrasta con su acento inconfundiblemente argentino con una erre arrastrada que no aportó el exilio parisino sino una pronunciación defectuosa.
Su estilo marca un hito en la literatura argentina, aunque su autor lleva dieciséis largos años en París.
Involucrado con la Revolución Cubana desde casi sus inicios, su apuesta a la liberación de los pueblos lo marca y marcará su obra. Chile socialista por las urnas lo convoca y suma su presencia en las ceremonias de asunción del mando de Salvador Allende.
En los momentos libres que le dejan los actos protocolares y la agenda de los medios que lo persiguen el escritor pasea por la capital chilena observando. En sus obras están presentes Buenos Aires y París, las ciudades que se lo disputan. En una tiene el corazón y en la otra encontró un espacio pero Latinoamérica es otra de sus obsesiones.
Encuentros
El combinado plurinacional femenino recorre también las calles de Santiago, buscando caras conocidas entre las multitudes. Moti reconoce la silueta alta y desgarbada coronada por una cabellera rubia y grita: “¡Dean Reed!”. El norteamericano sonríe y saluda alegremente y un enjambre de mujeres corre a sacarse una fotografía. Moti pequeñísima de escaso metro sesenta llega con esfuerzo al hombro del actor y lo abraza . Una amiga la eterniza con una sonrisa que no tiene nada de militancia.
La presencia del cantante y actor sigue atrapando público que lo reconoce. Su participación en películas junto a Palito Ortega, un cantautor argentino, lo han catapultado a la fama en toda América Latina. Militante de izquierda norteamericano su compromiso y amistad con Víctor Jara, cantautor popular chileno, lo han llevado a Chile y participa de la alegría de su pueblo. La República Argentina lo había deportado en 1966 pero conserva el reconocimiento del público.
La comitiva sigue su paseo sin rumbo y conversa animadamente. Nuevamente es Moti quien grita: “¡El escritor !” y corre al encuentro del argentino que sonríe con timidez. Saludos de todo tipo, fotografías, y aparece una lapicera y un anotador y Moti le pide un autógrafo para mi, su hijo mayor de 14 años, que he leído algunos de sus cuentos y una de sus novelas. El escritor accede con una sonrisa hasta que Moti, con el mismo tono que usa cuando habla en las reuniones y asambleas, lo interpela:
“¿Y Ud. cuando va a volver a Argentina a sumarse a la lucha contra la dictadura?”.
El escritor vacila, la escena parece de una película cómica, un hombre altísimo en manos de una mujer pequeñita que lo mira con severidad esperando una respuesta.
” Ya llegará el momento”, murmura, y aprovecha para despedirse.
Conociendo a Moti es imaginable el tono de la interpelación. Un año antes, durante un allanamiento a nuestra casa, enfrentó a un comisario que entraba arma en mano al grito de:
”¡Matame delante de mi familia hijo de puta !”, seguido de otro otro rosario de insultos.
El grupo de mujeres ríe con la intervención de mi madre que pone en fuga al escritor. Este ha advertido que no hay oportunidad de un debate serio y sí mucha emocionalidad en la situación y prefiere retirarse.
Las delegaciones tienen que ir organizando la presencia en otros actos oficiales y se van dirigiendo hacia sus hoteles.
Al poco rato salen rumbo al Estadio Nacional donde la Unidad Popular hacía su acto y hablaba Salvador Allende. Las distintas delegaciones tienen reservados lugares en cercanías del palco oficial pero Moti, sus compañeras argentinas y las nuevas amigas soviéticas eligen mezclarse entre la gente. El escritor, rodeado de distintas personalidades y artistas escapa así a un nuevo enfrentamiento con su compatriota inquisitiva. El estadio es una algarabía popular y las consignas y los cánticos son la válvula de escape de una población que tras años de lucha accede al poder.
“Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper, venceremos. venceremos, la Unidad Popular al poder”
“Chi. chi. chi. Le, le ,le , viva Chile mierda”.
“Jota jota ce ce, juventudes comunistas” resuena desde otra parte del estadio.
“El que no salta es momio” gritan mientras hasta el compañero presidente, el “Chicho” Allende, salta para no ser momio, el chilenismo equivalente a gorila.
Se abrieron las grandes alamedas.
La función en el Teatro Municipal de Santiago cuenta con la presencia de Víctor Jara. El músico, director musical durante años del conjunto Quilapayún es un ferviente militante de la Unidad Popular a la que en breve representará como embajador cultural. Jara, hijo de campesinos ha desarrollado una vasta obra como hombre de teatro y de la canción y en la función canta sus mejores creaciones para el público asistente. Las delegaciones aplauden y Jara invita a los invitados de las primeras filas a subir al escenario.
Nuevamente se encontrarán con diferencia de horas los contendientes del encuentro callejero, el escritor se ubica alejado del artista que abraza a cada persona que sube al escenario y con la música sonando el teatro entero canta:
“Te recuerdo Amanda, la calle mojada, corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel”.
Moti está abrazada a Jara y las lágrimas le corren por la mejillas.
”La sonrisa ancha, la lluvia en el pelo, no importaba nada, ibas a encontrarte con él”.
El teatro estalla con el estribillo y el pequeño mundo se convierte en ese instante en un lugar hermoso. Ya no hay lugar para controversias ni disputas, el socialismo los hermana.
Moti y el escritor quedan en paz. Seguirán las ceremonias, las oficiales y las callejeras, las populares. Moti hablará con algunos conocidos de su escritor preferido, Pablo Neruda, y sus saludos llegarán al poeta.
El Chicho
El comentario sobre la carta que lleva para el presidente despierta la curiosidad de su auditorio y la alientan a leerla. Las palabras al presidente chileno de un militante comunista de 14 años emocionan a las amigas soviéticas. Para ellas el joven es un komsomol, nombre en ruso que identifica a los miembros de la juventud comunista. En pocos minutos, el Excelentísimo Señor Presidente de la República de Chile Dr. Salvador Allende Gossens recibirá a las distintas delegaciones. El escritor saluda con con una inclinación de cabeza y una sonrisa al grupo de mujeres. El escenario es un patio interno del Palacio de La Moneda y es un rápido recorrido para estrechar la mano del Chicho, que sonríe. La carta queda en las seguras manos del secretario privado que la atesora hasta llegar al despacho presidencial. Tarea cumplida.
“¡Viva Chile mierda!”
Epílogo
“Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper”,
“Jota jota ce ce, juventudes comunistas”
“Te recuerdo Amanda, la calle mojada no importaba nada ibas a encontrarte con él” Moti repite las consignas y los cánticos que la han acompañado a la bulliciosa y emocionada familia que la recibe en Ezeiza.
Sus cuatro hijos, con intereses diversos, esperan las sorpresas del viaje. Ya en el vehículo familiar comienzan a aparecer los tesoros más preciados.
De un bolso de mano surgen regalos para los más pequeños, escondidos entre las ropas algunos casettes con grabaciones y rollos de película para revelar.
“Tomá Komsomol, tu pin de Lenin y la firma de Julio Cortázar”, me dice Moti, mi mamá.